jueves, 31 de julio de 2014

Mujeres con gato que no tienen gato

Las mujeres con gato no lo son impunemente, y acaban adquiriendo el carácter de los seres de los cuales son mascotas.
Así, saben pasar del bufido al ronroneo en una fracción de segundo, y reclaman su independencia para acariciar cuándo y como quieren, pero se dejan consentir en ciertas tardes de domingo, cuando las penas son garúa que no empapa pero moja por dentro.
Nunca creas que podrás domesticarlas, no tienen alma de peluche sino pequeñas garras que, cuando te tocan, te recuerdan que eres vulnerable, aunque mientras duran esos momentos, sientas que ni el tiempo te puede matar.

Hay mujeres con gato que no tienen gato.
Pero lo tendrán.
O llevan, caminando a su ritmo, dos huellas más atrás, un gato  intangible que se funde con su sombra, y que se encrespa cuando ve que están a punto de pisar la baldosa floja que espera en el camino de toda mujer, con o sin gato.
Las hay que no han conocido aún a ese felino de brumas que, más que perseguirlas, las protege, acaso porque la noche se come las sombras a lametazos y el gato, discreto, se deja lamer.
Hay mujeres que miman gatos hechos de suspiros, y con nuevos suspiros los amasan cuando cualquier otra presencia en su cama sería un dolor o una derrota.
Y una mujer con gato, aunque a veces pueda olvidarlo, es invencible.



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